Palabras pronunciadas por el Dr. José G. Moreno de Alba, Director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM Señor Presidente de la República; El 2 de abril de 1884 abrió sus puertas en la ex-iglesia de San Agustín, la Biblioteca Nacional. Se daba así cumplimiento al decreto emitido en 1861 por el Presidente Benito Juárez, Hacía ya muchos años que había fallecido don José María Luis Mora, quién en 1833 tuvo la primera idea y tentativa para establecer en la Ciudad de México una Biblioteca Nacional. Nueve años antes había muerto también don José María Lafragua, quién hacía 1847 había influido para que, con ese mismo objeto, se emitiera un decreto, que no pudo cumplirse, en cuyo preámbulo se anotaban entre otras muchas importantes ideas, la de que "nada hay más conveniente en un país regido por instituciones liberales, que facilitar y multiplicar los establecimientos en que las clases menos acomodadas de la sociedad puedan adquirir y perfeccionar su instrucción sin gravamen" y la de que "el pleno conocimiento de los deberes de los ciudadanos es la garantía más eficaz para asegurar la libertad y el orden público", lo que "se logra fácilmente por medio de la lectura de obras útiles, reunidas en bibliotecas públicas a que tengan libre acceso todas las personas que lo deseen." En el lapso que media entre el año del decreto de Juárez y el de la inauguración, además de adaptar físicamente el edificio de San Agustín, se organizó también la biblioteca propiamente dicha, en locales de la Universidad. Hasta antes de la intervención francesa estaban ahí reunidos poco más de noventa mil volúmenes procedentes tanto de los fondos de la misma Universidad cuanto de los conventos expropiados. Se agregaron poco después algunos miles más procedentes de la catedral de México y de otros conventos. Cuando en 1910 don Luis González Obregón publica una breve historia de la Biblioteca Nacional, ésta contaba ya con doscientos mil volúmenes. Entre 1911 y 1914 la Biblioteca Nacional más quizá que otras instituciones de cultura, sintió los efectos de la guerra civil. Llegó incluso a cancelar el servicio público con objeto de preservar los libros. Cuando, en 1913, fue designado director don Luis G. Urbina, comenzó un destacable esfuerzo por ordenar los materiales y, sobre todo, por rescatar las joyas bibliográficas de sus acervos, definiendo así el doble carácter de la Biblioteca Nacional: museo bibliográfico y biblioteca popular. En 1914 la Biblioteca Nacional, que había dependido hasta entonces de la Secretaría de Instrucción Pública, pasó a formar parte de la Universidad Nacional, dependiente a su vez de esa misma Secretaría que algunos años después, en 1921, pasaría a designarse de Educación Pública. Por estos años se instala el Departamento de Periódicos y Revistas, antecedente de la actual Hemeroteca Nacional, en el coro de la iglesia. En 1929, al obtenerse la autonomía de la Universidad Nacional de México, el Estado puso bajo su custodia la Biblioteca Nacional. Comienza así una nueva etapa de su historia. Durante la dirección de don José Vasconcelos (1941-1947) se descongestionó el edificio de San Agustín extrayendo los ejemplares de periódicos y revistas de la sección de prensa y trasladándolos al ex-templo de San Pedro y San Pablo. En 1944 se inauguraron los servicios de la Hemeroteca Nacional en su nuevo edificio. Entre 1952 y 1963 se restauró el edificio de San Agustín. Las Readaptaciones permitieron modernizar los servicios técnicos. La administración universitaria había conseguido, dar estabilidad a la Biblioteca Nacional; hacía falta sin embargo otorgarle un rango académico análogo a los institutos de investigación. Para ello se crea, en 1967, el Instituto de Investigaciones Bibliográficas, de quien dependen desde entonces la Biblioteca y la Hemeroteca Nacionales. En la Gaceta de la Universidad del 15 de enero de 1968, puede leerse: "con esta reforma, el Instituto, colocado en el mismo nivel de los restantes institutos humanísticos, provee con mayor atención no sólo las necesidades administrativas de la Biblioteca y de la Hemeroteca, sino también sus labores científicas largamente acreditadas, puesto que sus finalidades son mucho más bastas y ambiciosas que las de una institución guardiana de libros y periódicos". Es evidente que la Universidad ha cumplido con responsabilidad la importante encomienda que el Estado le hizo. La Biblioteca Nacional es ahora una institución sólida. La Universidad desde el año de su autonomía hasta la fecha, no se ha limitado a la preservación de los fondos y el servicio de los lectores, sino que ha procurado siempre fortalecer y modernizar la Biblioteca Nacional. Una importante prueba de ello fue el enorme esfuerzo económico que supuso la construcción del nuevo edificio en que hoy se aloja, en el Centro Cultural Universitario, inaugurado en el año de 1979. Debe tenerse en cuenta que a partir de la administración universitaria, los acervos y los servicios de la Biblioteca Nacional se han acrecentado notablemente. Si en 1910 hablaba de un acervo cercano a los doscientos mil volúmenes, ahora modernamente catalogados, encuadernados y colocados en estantes adecuados, se tienen más de dos millones de ejemplares. Si por aquellas fechas de principios de siglo se mencionaba la cifra de treinta y seis mil lectores al año, hoy debemos referirmos a más de doscientos cincuenta mil préstamos bibliográficos y hemerográficos en el mismo lapso. Si hacia fines del siglo pasado se había establecido un modesto instituto bibliográfico, suprimido unos años más tarde, hoy se cuenta con el Instituto de Investigaciones Bibliográficas, constituido por una treintena de investigadores y más de 70 técnicos académicos. Si a principios del siglo, la Biblioteca contaba con menos de cincuenta empleados, son hoy más de 350 trabajadores de base los que apoyan su diario funcionamiento. Si antes de la administración universitaria casi no existían publicaciones propias de la Biblioteca Nacional, resulta particularmente satisfactorio informar que en nuestro actual catálogo se enlistan más de cien libros, con resultados de investigaciones bibliográficas originales, así como varias decenas de números del Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y de numerosos fascículos de Bibliografía Mexicana, todo ello producto del trabajo de su personal académico. Añádase a lo anterior la incorporación sistemática dentro de la Biblioteca Nacional, de todos los progresos tecnológicos y científicos que contribuyen a su mejor administración y custodia. A pesar de que el nuevo y magnífico edificio del Centro Cultural Universitario pudo parecer a primera vista suficiente para albergar la totalidad de los fondos bibliográficos y hemerográficos de la Biblioteca Nacional, ello, por desgracia no fue posible. La mayor parte de los fondos antiguos y el invaluable fondo reservado de la Biblioteca Nacional, así como abundantísimos materiales hemerográficos, muchos de ellos del siglo XIX, no tuvieron cabida en las nuevas Instalaciones de Ciudad Universitaria y continúan hoy en los viejos edificios de San Agustín y de San Pedro y San Pablo. Esos venerables inmuebles, importantísimos no sólo por su valor artístico e histórico sino también por el invaluable servicio que han prestado a la cultura del país, no están ya en condiciones de guardar acervos bibliográficos. Independientemente de que el concepto mismo de edificio bibliotecario es en estos tiempos muy diferente del que podía prevalecer en el siglo XIX el actual estado ruinoso de esas dos ex-iglesias pone en grave peligro la integridad de los acervos que, todavía ahí se encuentran. Considérese, por otra parte, que son precisamente los más valiosos volúmenes de la Biblioteca Nacional que deben por derecho considerarse como piezas únicas de naturaleza museológica, los que todavía atesoran aquellos no por inadecuados menos bellos edificios. Es fácil comprender así lo urgente que resulta la construcción del un nuevo inmueble, que pueda dar adecuada cabida a todos los acervos que están dispersos: los cincuenta mil volúmenes y documentos del fondo reservado y los casi cien mil correspondientes al fondo de origen, que hoy se encuentran en San Agustín, así como los más de doscientos cincuenta mil volúmenes, de naturaleza hemerográfica que aún se hallan en San Pedro y San Pablo. Deben también añadirse varios miles de volúmenes pertenecientes a colecciones particulares, que no tienen hoy tampoco adecuada ubicación. Señor Presidente de la República: quise resumir en muy pocas palabras algo que usted conoce muy bien; la Universidad Nacional Autónoma de México ha venido cumpliendo, en los últimos sesenta años, muy satisfactoriamente, el honroso encargo que el país le ha encomendado. Hay suficientes razones para que México se sienta orgulloso de su Biblioteca Nacional. Nuestro trabajo, como cualquier labor humana, es naturalmente, perfectible. De ello estamos conscientes y nos preocupamos por, cumplir mejor nuestra alta responsabilidad. Para ello necesitamos sin embargo, particularmente en estos momentos, el respaldo decidido del Estado. Estoy seguro, señor Presidente, de que nuestra soIicitud concreta, consistente en el apoyo económico para la construcción de un nuevo edificio que permita alojar las colecciones bibliográficas y hemerográficas dispersas de la Biblioteca Nacional, será atendida con toda generosidad, ya que se trata, en definitiva, de un proyecto que permitirá, por una parte, la adecuada salvaguarda de los mejores productos de la inteligencia humana y de la inteligencia mexicana en particular, y, por otra, del mejor auxilio para el necesario cultivo intelectual de todos los mexicanos. Muchas gracias. |