*El tema fue tratado en una mesa redonda en el marco de la FILPM 2017
*Hay que volver a la raíz de leer con independencia y sin restricciones

Abordar el tema relativo a la lectura placentera en distintos sectores académicos, culturales y sociales resulta importante, debido a que de alguna manera se ha afectado la formación de las personas al separarla de la lectura académica, indicó la directora general de Bibliotecas de la UNAM, doctora Elsa Margarita Ramírez Leyva, durante su participación como moderadora de la mesa redonda “Lectura de placer: una relación con consecuencias en el contexto universitario”, llevada a cabo en el marco de la trigésima octava Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.

Para hablar sobre el tema se contó con la presencia de la doctora Margarita Palacios Sierra y el escritor Juan Domingo Argüelles. Pero antes de la participación de los invitados, la doctora Ramírez Leyva planteó una pregunta para establecer la ruta de la conversación: ¿por qué escindir al ser humano de tal manera, en lo relativo a lo que piensa y siente?, pues en el fondo somos seres integrales.

Ante tal cuestionamiento, la doctora Margarita Palacios dijo que la lectura es una de esas actividades desconocidas o muy bien compartidas que viven siempre en los espacios de la frontera cultural, y todos llegamos a ella con los anteojos de nuestra propia visión del mundo, cargando nuestra herencia histórica, comunitaria y personal.

En la lectura, nuestros armazones normativos son la carga escolar y la medición de la cantidad de libros que se lee cada año, a pesar de que en muchos de los casos no se toma en cuenta su calidad. Luego entonces se llega a algún texto, pero en el fondo se sabe que en nuestra interacción social se tiene a un público cautivo y un mercado que da prestigio, pero también mide y clasifica, porque la norma así lo exige.

Es por ello que no basta con saber y conocer la lectura, es preciso creer en ella pues se ha demostrado que la lectura se origina en la búsqueda de una solución para comprender el orden del mundo. Por lo tanto, el niño va descubriendo problemas que no comprende, pero al llegar a la escuela esa necesidad se destruye y le crean otra, la obligación de leer, porque presuntamente se ofrece una respuesta sistemática a todos los problemas de la existencia.

Al respecto, la doctora Palacios Sierra advirtió que se debe volver a la raíz, es decir, hay que leer con independencia y sin la restricción de hacerlo en privado y en voz baja, porque anterior a esta restricción se leía en voz alta y la vida cotidiana se producía y reproducía de forma oral. Pero ahora se ha olvidado que la oralidad hacía posible la interpretación de las relaciones a partir del reconocimiento de las voces familiares cercanas.

Más tarde, el escritor Juan Domingo Argüelles retomó la pregunta de la doctora Elsa Ramírez y señaló que ningún placer puede imponerse porque todo depende de la interpretación, pues alguien puede leer un libro de filosofía o química con mucho placer.

Entonces, hay que precisar que el placer se echó a perder cuando se dejó de ser un lector amateur y se olvidó del gozo que se sentía al descubrir un libro por el azar. También se dejó a un lado ese ejercicio que alguna vez todos realizamos: el de escoger algún libro sin que nadie dirigiera nuestros gustos.

En este sentido, ahora se lee con fines interesados porque se puede obtener algún beneficio, o también puede que se pongan de por medio nuestros prejuicios. Esto puede ser el resultado de que en la escuela nos han enseñado a buscar en los libros lo que supuestamente está escondido en ellos, a cambio de esterilizar nuestra emoción.

Y finalizó diciendo que por ello es necesario hablar de la falta de sentido que contienen algunas lecturas, pero que se nos obliga a leer y aprender en vez de permitirnos disfrutar -por ejemplo- de la poesía u otras lecturas. Por fortuna, ya existen lugares en donde se está rectificando el camino al permitir la lectura por gusto y por decisión propia.

El evento se realizó el pasado 28 de febrero, en el auditorio Bernardo Quintana del Palacio de Minería.

Nota: María del Rosario Rodríguez León
Fotos: Julio Zetter Leal